Editorial – La Jornada
La Europa rica y desarrollada tiene ante sí el deber de acoger a quienes son expulsados de sus lugares de origen y de asumir de una vez por todas las consecuencias de sus propias políticas coloniales y neocoloniales. Porque, guste o no, los flujos migratorios son un subproducto irremediable de la globalización económica devastadora impuesta al mundo desde Estados Unidos y Europa Occidental.