Introducción al Plan de La Gran Transformación (I)

Por: 

Félix Jiménez (*)

Se ha dicho y escrito mucho en contra del Plan La Gran Transformación, y sin embargo los jóvenes y trabajadores de diversas partes del país –en conferencias y congresos-- lo enarbolan como símbolo de agitación e identidad política. Desafortunadamente sus detractores han opacado lo poco que se ha escrito explicitando el sustrato filosófico y político de sus propuestas de democracia republicana; de moralización de la política; de Estado regulador y promotor del desarrollo económico, político y social;  de la libertad y de los derechos sociales; y, de la concepción del mercado como institución social. El Plan, como veremos en una breve serie de artículos cuya publicación iniciamos hoy, está lejos de ser sólo un documento programático; sus propuestas económicas no tienen –como algunos lo creen— un sesgo keynesiano; y, su concepción del desarrollo es contraria al extractivismo económico y político.

El origen del Plan La Gran Transformación

El Plan como obra colectiva, puede tener errores, vacíos y desarticulaciones; pero hay un pensamiento filosófico y político que le da consistencia. Sin embargo, hay que decirlo, no todos sus defensores o adherentes actuales se percatan de este hecho. Algunos creen que el Plan sólo resume las banderas de la nación, la justicia social y la democracia (o lo que vagamente se menciona como «profundización» de la democracia). Otros, más osados, piensan que el Plan es economicista. Para todos estos no hay filosofía política y menos una nueva concepción de la transformación social.

Una explicación de la heterogénea interpretación de sus adherentes se encuentra en el propio origen del Plan. Su primera versión se elabora bajo el liderazgo de Gonzalo García Núñez, por un equipo amplio de profesionales e intelectuales entre los meses de enero y febrero del año 2006. Ningún integrante del Partido Nacionalista tiene arte ni parte en este trabajo intelectual. (Es importante señalar aquí que Walter Aguirre, también convocado por Gonzalo García, se hace militante del PNP después). 

Gonzalo pertenecía a un equipo de economistas de izquierda que acaba de tener experiencia de gobierno en el Banco Central y en el MEF, y él me encargó responsabilizarme de la parte económica del Plan. La versión del Plan 2006-2011 se denominó La Gran Transformación, en homenaje a la obra, con el mismo título, de Karl Polanyi. En esta obra, Polanyi señala que la puesta en práctica del liberalismo económico habría destruido las bases materiales y políticas de la sociedad moderna (mediante las guerras mundiales y el surgimiento de nuevos proyectos políticos totalitarios). Polanyi es pues contrario al capitalismo autoregulado.

Ollanta Humala hace suyo el Plan, pero pierde las elecciones. Muchos «izquierdistas» se mantuvieron al margen de la elaboración de este Plan. No ocurrió así cuando en el año 2010 asumí la responsabilidad de dirigir la Comisión de Plan 2011-2016. Yo pertenecía a Ciudadanos por el Cambio, organización que surgió del equipo de profesionales responsable de la primera versión del Plan y al que se sumaron nuevos integrantes, esta vez de las filas de las «izquierdas». Ollanta Humala, como ocurrió antes, tuvo escaso contacto con el equipo del Plan. No hay una sola sección del Plan que sea de su autoría. Por lo tanto, el Plan pertenece a Ciudadanos por el Cambio.

La crisis de la legitimidad democrática

El desconocimiento del Plan por parte del candidato presidencial era inverosímil. No era posible saber si estaba o no de acuerdo con la idea de que el «nacionalismo constituye una alternativa democrática a la actual modernización neoliberal excluyente y desnacionalizadora». Tampoco podíamos saber si sabía cómo implementar, desde el poder, una democracia republicana y menos cómo eliminar de los mercados  a los grupos de poder que impiden la innovación y la competencia. Por eso no es sorprendente que haya abandonado, tan pronto llegó al poder, las banderas de la gran transformación. Precisamente en relación a este hecho, en el Plan se dice «Nuestra democracia es precaria porque está acosada permanentemente por poderes fácticos, tanto nacionales como internacionales, que nadie elige, nadie controla y nadie fiscaliza».

Los gobernantes que hacen lo contario a lo que ofrecieron en la campaña electoral, se deslegitiman y son la causa de la crisis de legitimidad de la democracia. Cuando la impostura se constituye en el «principio vertebrador del poder», se transita, como dirían los politólogos de la Escuela de Cambridge, hacia la «degeneración de los principios», es decir, hacia la corrupción. Hay pues una relación entre la mentira política y la corrupción. Una de las razones del fracaso de las democracias y de la representación política, es la práctica de la mentira que, bajo el llamado «realismo político», abandona los ideales y los principios. 

A modo de conclusión

«Proponemos --se dice en el Plan La Gran Transformación-- moralizar la política y combatir la corrupción. La corrupción se ha convertido en parte del sistema político y de gobierno. El pueblo legitima a sus gobernantes mediante su voto, pero los elegidos gobiernan en función de los intereses de minorías económicas que no han sido elegidas por el voto popular. Con este ejercicio corrupto de la función de gobierno se asegura la reproducción de sus intereses, y se perpetúan la desigualdad y la exclusión».

(*)Economista Ph.D. Profesor principal de la PUCP

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