El escenario primordial: ética y comunicación

Por: 

Baldo Kresalja

No haré, querido lector, un recuento de todo lo mucho que se ha dicho sobre la ética periodística y su vigencia o no en los medios de comunicación escritos, radiales o televisivos. Me referiré, más bien, a la influencia inmensa que en nuestros días tiene el lenguaje, sea escrito, verbal o virtual, que esos medios están obligados a utilizar como tambien lo estamos nosotros mismos, para la determinación de lo que es bueno y universalmente aceptable y de lo que no lo es.

El lenguaje, que es siempre comunitario y nunca privado, cumple múltiples funciones cuyo significado sufre variaciones de acuerdo con la forma en que se utiliza en diversos contextos. Para determinarlo es preciso conocer quien habla, para quien se habla y en qué circunstancias se hace, saber cuál es finalmente la intención del hablante. La interacción entre los hablantes permite una comprensión más rica de la realidad y pone de manifiesto la existencia de una esfera común, en la que vivimos y nos desenvolvemos. Y es ese vínculo, esa esfera común la garante de la validez de las normas que nos damos para actuar correctamente. En otras palabras, las normas éticas son objetivas y universales, o en todo caso aspiran a serlo.

Recapacitemos un momento en lo siguiente. La comunicación de la que venimos hablando dotara a la ética de un objetivo: el dialogo y la deliberación para tomar acuerdos. Razón por la cual, para hablar y entendernos estamos obligados a reconocer y respetar al prójimo, a considerarlo libre e igual como lo eres tu o lo soy yo. Y también a decir la verdad, a no mentir, que es sin duda “un vicio maldito”. Ello ha sido neutralizado por el neoliberalismo, pues considera que la esfera económica es la única racional, invadiendo los ámbitos de la producción, de la familia y otros, dejando arrinconada la dimensión comunicativa, que es la más propia del ser humano; en otras palabras, olvidando que la finalidad ultima del lenguaje y la comunicación es llegar a acuerdos. Porque el acto del habla debe ser veraz, libre y justo para ser ético, y ello es posible porque hay simetría entre los hablantes y no-dominación.

Debemos ser claros, lo que la ética comunicativa propone no son contenidos morales sino un procedimiento para determinar la validez de los acuerdos normativos, éticos. Ese acuerdo normativo no presupone homogeneidad sino una pluralidad de puntos de vista que evolucionan en busca del acuerdo. Solo así se justifican las decisiones políticas. No basta entonces que el Estado sea garante de unos derechos que pueden estar constitucionalmente reconocidos, sino que debe comprometerse a la construcción de un ambiente en el que florezca no solo la libertad negativa de no interferencia, sino la libertad positiva orientada al mutuo entendimiento, “pues el modelo de la auto legislación no debe ser el mercado, sino el dialogo” (V.Camps, “La ética de la comunicación”, 2013). 

Ahora vamos a aterrizar. Los medios se llaman justamente de comunicación porque comunicar y opinar es propio de su labor. Y para ello utilizan el lenguaje que, como hemos visto desde un punto de vista ético, debe cumplir con determinados requisitos. Si los medios escritos están ahora concentrados en forma importante en la mano de una familia, como consecuencia de la compra que el Grupo El Comercio (GEC) ha hecho de otra compañía de medios llamada EPENSA, es posible pensar que hay peligro en que no aparezcan un importante numero de voces distintas o no coincidentes con la de los propietarios de GEC, lo cual impediría un dialogo fructífero para llegar a acuerdos, y adicionalmente el peligro de que el lenguaje a utilizarse por ese GEC, o cualquier otro medio, no solo no contribuya sino que bloquee o impida llegar a acuerdos consensuados necesarios para una buena vida en común. Si así fueran las cosas, entonces ese comportamiento del GEC no seria ético y por lo tanto contrario a los intereses ciudadanos. No digo que eso se este dando o que se planee hacerlo de esa forma, solo sí que hay un peligro, y a  este se le combate no permitiendo la concentración y el acaparamiento en la propiedad de los medios de comunicación, tal como manda el segundo párrafo del articulo 61 de nuestra Constitución política.

Porque hay corrupción, que ocasiona ineficiencia y hasta puede impedir que el Estado cumpla sus fines, cuando un medio de comunicación desvirtúa sus funciones y, por ejemplo, cuando en la prensa escrita los titulares de primera pagina buscan amedrentar o hacen hincapié en algo falso o solo mínimamente investigado, poniendo en riesgo honras personales o proyectos de interés general. Nada de lo cual puede interpretarse como censura u obstáculo a lo que realiza el periodismo de investigación, que muchas veces a destapado asuntos públicos con claros ingredientes de corrupción. Pero es la variedad de voces en los medios lo que mayor incidencia tiene para que no se silencien acciones  corruptas.

El fujimorismo incremento (“la yuca” o “caído del palto”) la tradicional desconfianza ante lo que nos dicen, porque no se dice la verdad, que es ingrediente esencial del dialogo. Hoy día somos, como bien lo señala Jorge Secada (“La corrupción”, Diario 16, 7.12.13),  un “país de vivos a la defensiva”, porque la corrupción impone su ley y el tufo montesinista invade nuestras vidas. Por eso he señalado que frente a esa adquisición en el ámbito de la prensa escrita, que si bien es contraria al mandato constitucional y puede así decidirse mediante un pronunciamiento judicial en el caso concreto, no va a ser con leyes especificas como vamos a recuperar el uso de un lenguaje que nos permita dialogar con verdad para llegar a acuerdos éticos, objetivos y en lo posible universales.

Porque el problema de la corrupción no es legal sino cultural, y poco ha contribuido a superarlo la tesis neoliberal en virtud de la cual las interacciones sociales se reducen a transacciones mercantiles privilegiando el interés individual. Y son estas las ideas, aceitadas con los ingresos que dan los anuncios de “relax”, las que promueve en estos días EGC. Pero no siempre fue así y debe reconocerse que el diario “El Comercio” conserva aún en su página editorial opiniones maduras de personajes importantes. Para muestra un botón: Fernando Vivas, un periodista de GEC, publica el día de hoy su articulo “2013, el crecimiento indolente”, en el que se pregunta si tenemos una moral a que honrar. Y dice así: “Tenemos una moral en construcción, precaria y caprichosa, que pretende combinar informalidad e irresponsabilidad con la lógica corporativa, como si eso fuera posible; que apaña a la familia en todas sus cuitas, pero peca de insolidaria con el resto de los mortales; que aborrece los excesos regulatorios pero es ociosa para autoregularse; que reclama inversión publica pero evade impuestos y papeletas”. Esta opinión calza perfectamente con lo que hemos venido diciendo.

Pero, de otro lado, no es posible olvidar que en las campañas políticas de los últimos años el GEC ha tenido, en reiteradas ocasiones, conductas, opiniones y titulares discriminatorios y hasta faltos de verdad con aquellos que no coinciden con sus particulares intereses. Y no dudan en promocionar a políticos de comprobadas conductas antiéticas porque eventualmente coinciden con sus opiniones, todo lo cual se agrava con la concentración en la prensa escrita y la propiedad cruzada a la que nos hemos antes referido.

Exijamos, porque no todo es perversión, probidad en nuestros políticos. Hay muchos peruanos decentes que contribuyen diariamente con su limpio esfuerzo a mejorar nuestra vida pública. Y los buenos periodistas deben dar su batalla apoyándolos  en los medios en los que trabajan, pues ese es el escenario principal de sus batallas. Salvo mejor opinión.

 

Lima, 10 de diciembre 2013

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