Gabriel Boric y la trayectoria del miedo

Por: 

Nicolás Lynch

El contundente triunfo de Gabriel Boric, candidato de una izquierda sin atenuantes, en la reciente elección presidencial de Chile nos lleva a reflexiones que van más allá del hecho electoral y tienen que ver con las grandes contradicciones que han atravesado América Latina en el último medio siglo. Hasta principios de esta centuria era moneda corriente señalar que el conflicto político más importante de la región era el que oponía democracia y dictadura. Y Chile, en este contexto, tuvo una experiencia emblemática de combate a la dictadura pinochetista y de transición a la democracia.

Sin embargo, la transición en que se turnaron los gobiernos de la concertación, denominados de centro izquierda, y la derecha heredera en mayor o menor medida de la dictadura, no superaron o no quisieron hacerlo, el legado autoritario. Hoy, observando a Boric, su programa, su equipo y su campaña; así como la crisis política de la cual surge, creo que podrían quedar pocas dudas que se apresta a hacer, en términos de establecimiento de un régimen democrático, lo que la transición no logró: dejar atrás el legado pinochetista.

Por ello, es más pertinente que nunca lo que Carlos Franco señaló en su libro “Acerca del modo de pensar la democracia en América Latina”, un texto de crítica a cómo las ciencias sociales latinoamericanas fueron especialmente benignas con estas transiciones. Allí nos dice que en estas transiciones se confundió la necesidad de salir del horror de las dictaduras con la virtud de considerar su resultado, la democracia liberal, como el régimen político deseado. En especial, es objeto de su crítica lo planteado por Norbert Lechner, sociólogo chileno, en su artículo “De la revolución a la democracia”, contenido en el libro “Los patios interiores de la democracia en América Latina”. Este sería el tipo de reflexión que habría plasmado el viraje de esta izquierda al centro, del socialismo a la democracia representativa, que se convierte en democracia neoliberal al confluir con los programas de ajuste económico. En otras palabras, el miedo que lleva a la domesticación de los ideales y eventualmente a la renuncia a los mismos. Un miedo, por lo demás, como sugiere el propio Franco, que por las circunstancias históricas vividas puede estar perfectamente explicado y en muchos casos justificado, pero no por ello debe ser ocultado al presentar los hechos tal como sucedieron.

Pero eso ya no es lo que encontramos en Gabriel Boric y esta nueva generación de políticos chilenos. Ya no aparecen con miedo como sus padres y abuelos de la concertación. Hoy, por el contrario, tienen una propuesta desafiante para su propio país y para América Latina. Una propuesta que no está chantajeada por el pasado y que por lo tanto está en condiciones de fertilizar con su semilla el futuro de la región. Esto no supone, por lo demás, que ahora quieran que otros, la derecha en este caso, les teman. Por el contrario, su propuesta como Boric no cesa de repetir, está anclada en la esperanza.

Este desafío es verdad también para la izquierda que fue protagonista del primer ciclo progresista en la región entre 1998 y 2016, con inmensas ataduras todavía con la izquierda latinoamericana del siglo XX, y que ahora encuentra dificultades para enfrentar a una derecha radicalizada que no tiene empacho en defender abiertamente sus intereses. El aire fresco que trae la victoria de Boric y la claridad de sus planteamientos nos debe volver al convencimiento que el camino para enfrentar nuestros problemas no es sólo administrativo, de “hacer bien las cosas”, sino sustantivo de enfrentamiento de las cuestiones estructurales que señalen un sentido común y un liderazgo nuevos para nuestras sociedades.