Un frejolito sin leche

Por Teresa Cabrera

En la última edición de la revista PODER, Luis Corvera propone al lector “hacer memoria” para una evaluación de los alcaldes que en los últimos períodos han gobernado la ciudad de Lima. En un loable intento de aportar objetividad, la nota rebate el mote de “ineficiente” que los partidarios del “sí” a la revocatoria han chantado con bastante éxito a la actual alcaldesa. Algunos asuntos llaman la atención. El primero, el  resultado de la comparación: si se toma como referencia el primer bienio de cada alcalde evaluado, Belmont sale ganando. Difícil digerir que Alberto Andrade fue menos alcalde que el “hermanón”.

Aquí el punto es la validez de medir la gestión edil en términos de “productividad” (a más-obra, mejor) y no de en términos de gobierno. Pero como la nota de PODER es explícita en su elección de la variable “obra” como medida de eficiencia, no cabe más que hacer eco del señalamiento de Matteo Stiglich y recomendar un siguiente paso en el análisis: ¿cuál es el propósito de medir las obras si no se dice a quién favorecen?. Aún concediendo que “obra” y “gobierno” se equivalen, una evaluación seria no puede prescindir de la pregunta de para quién se gobierna (o se hace obra). Esto lleva al segundo asunto que me interesa comentar. Se trata del paréntesis dedicado a un alcalde que no entró en la evaluación: Alfonso Barrantes, quien, se afirma “solo puede exhibir haber fundado el Programa Vaso de Leche, hoy muy cuestionado”.

Cuando se cumplió una década de la muerte de Barrantes, en una nota de homenaje, Nicolás Lynch revisaba las varias facetas del líder de Izquierda Unida y se quejaba del “Barrantes edulcorado” como una imagen cómoda al “orden actual” que lo reducía a “tío bonachón que repartió vasos de leche entre los niños y las madres pobres de Lima y brindó infraestructura, en muchos casos por primera vez, a los barrios populares de la capital”. Sólo dos años después, con Villarán instalada en el sillón municipal, uno de los más perversos efectos del sambenito de “vaga” e “incapaz” que sufre la alcaldesa, es que se ha radicalizado la lógica del obrismo como única medida objetiva de gobierno. Instalado ese incombustible sentido común de medir los logros municipales con wincha, ahora también resulta incómodo que “el tío bonachón” haya “brindado infraestructura”, más incómodo aún en tanto la actual gestión se reconoce -en alguna medida- su heredera.

Lo cierto es que la minimización de la figura de Barrantes no sólo se debe al “orden actual” o a las derechas que dan ardua batalla por demostrar que no existe izquierda competente para gobernar la ciudad o el país, a lo mucho para administrar “programas sociales”. La propia izquierda pierde por walk-over en este terreno, incapaz de identificar y promocionar –más allá de la Leche- sus líneas de continuidad entre el “Lima para todos” de Villarán y el de Barrantes, lema con el que hace casi treinta años venció en los comicios municipales. Entre quienes al menos han intentado echar un cable a ese pasado se encuentra Gustavo Guerra García-GGG, que al pasarle la posta a Ricardo Giesecke en el directorio del Fondo Metropolitano de Inversiones- INVERMET recuerda que esta entidad ejecutó “el primer préstamo del Banco Mundial otorgado a una alcaldía gobernada por un alcalde socialista en Sudamérica”. Como complemento de su breve alusión señala que “con dicho préstamo se ejecutaron muchas obras, entre ellas varias vías importantes en Lima sur, Lima norte y Lima este”.

La historia de ese préstamo es un caso interesante para ilustrar la pregunta sobre a quién se dirige el gobierno=las obras. El crédito estaba destinado a las vías principales de Lima, con lo que sería empleado en re pavimentar las avenidas existentes en la ciudad (como se hizo parcialmente para la cumbre ALC-UE, por ejemplo). Leído desde sus objetivos de gobierno, nada impedía a los funcionarios de Barrantes decidir que ese dinero se usaría para asfaltar las vías principales de la Lima para la que gobernaban: la de los senderos de tierra que se internaban en los grandes pueblos jóvenes de esos años. Las “importantes vías de Lima sur, norte y este” a las que alude GGG son nada menos que las avenidas Túpac Amaru, Universitaria, Wiesse, Pachacútec, San Juan, El Sol y Salvador Allende, cuyo financiamiento se concretó en medio de una importante reforma de la economía municipal encabezada por la comuna limeña, en momentos en que -no con poca resistencia- apenas echaba a andar la institucionalidad inaugurada por la Constitución de 1979 y reglada por la Ley Orgánica de Municipalidades.

Hoy resulta imposible pensar en Lima Norte, Sur y Este sin estas inversiones, decididas por un gobierno municipal socialista, y que bien hubieran podido postergarse sin la vocación de la Izquierda Unida por dirigirlas a los entonces llamados “Conos”. Esa era la masiva realidad de la ciudad a la que la gestión edil debió responder y es en función a ello que deben valorarse, con sus luces y sombras, a los alcaldes. Como ha señalado Gustavo Riofrío en su cuenta de FB, es a partir de esa decisión –y no antes- que “resultaba posible ir desde Comas hasta Villa María del Triunfo por vía asfaltada”. En torno a estas vías, los ahora viejos dirigentes barriales pueden dar testimonio del vasto y complejo proceso de negociación para escoger cuáles pavimentar, no exento de conflicto y de maña política. O como ha dicho Riofrío, que fue por entonces Jefe de la Oficina de Asentamientos Humanos: “en esas reuniones no se servía leche”.

Publicado en NoticiasSER.pe 27/02/2013

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