Se fue Manuel

Por: 

Vicente Otta R.

Galopeador contra el viento
Llamaba Atahualpa Yupanqui a quienes como Manuel Acosta mantuvieron a lo largo de su ciclo vital el rumbo elegido. Alain Touraine los denomina sujetos. Los que son capaces de trascender el sentido de ciudadanía y trasponer los límites de lo políticamente correcto, si ello es necesario, para perseguir la justicia y el bien.

Las armas elegidas por Manuel fueron la ternura y la creación musical, que durante más de 65 años practicara sin fatiga.
 
Forma parte del puñado de continuadores de Felipe Pinglo en la música costeña del Perú. Alta calidad estética, impronta ética y compromiso social caracterizan a este Olimpo.

Desde inicios del 60, cuando se forman los núcleos socialistas que buscan recuperar el sentido agónico de la filiación mariateguista, se adscribe a esta corriente y unce su canto y su vida a este compromiso.
 
No hay sindicato, comunidad campesina o comité barrial que en las décadas del 60 y 70 no haya escuchado las notas de su canto solidario. Guitarra al hombro y la voz armada de pasión y rebeldía recorrió los rincones de nuestra patria.
 
El arma del canto y el amor encantado
De este periodo son canciones como Los Pobres son Más, creado con el Chino Luís Abelardo Núñez:
“Porque los pobres son más y
porque han sufrido tanto,
no darán un paso atrás y
harán respetar su canto…

 
 O A los Héroes del Pueblo de Juan Gonzalo Rose que musicaliza:
“Los que murieron ayer
entre el monte y la canción
Hoy me caminan aquí
Vivos en el corazón…”

Los valses que le cantan al amor están llenos de especial ternura, de sentimientos excelsos que recrean el romanticismo y lo tornan vigente en un mundo cuya in-sensibilidad ha ido fagocitando la parte delicada y pura del amor.
 
Con Manuel retorna el amor como encuentro con lo imposible, lo inasible. Como diría Pinglo, Lo bello y tan amado. Manuel dice en el valse Así te quiero:
Así como te quiero,
nadie podrá quererte;
ni siquiera tus hijos,
si algún día los tienes.
 
Ni tus padres, ni tú misma.
Nadie más que yo.
 
… Ni a mí mismo me quiero,
como te quiero a ti.

Como toda expresión que orilla el exceso, linda con el absurdo, resulta poco creíble en el razonamiento común, pero eso es precisamente el amor. Sentimiento exaltado, pasión que nos arrebata y nos conduce a terrenos extraños. Manuel supo entrever estos imposibles y los hizo bellos y verosímiles.
 
En la poesía peruana contemporánea la delicadeza de su expresión poética solo es equiparable al de Juan Gonzalo Rose. En la carta secuestrada Juan Gonzalo dice:
“Una carta.
que me escriba una carta la que me hizo
los ojos negros y la letra gótica,
que me escriba una carta aquella amiga
Analfabeta de pasión cristiana…”

 
Dialéctica de la canción
Pero Manuel fue siempre un transgresor auténtico, un violador de las convenciones y de las buenas (malas) costumbres. En una canción muy divulgada, Dulce agonía, elabora todo un tratado de dialéctica sobre la vida y el amor:
 “Un latido es un paso hacia la fosa
y en cada beso se nos va la vida.
Buscamos los placeres sin medida
y el cuerpo sufre cuando el alma goza…

 
El latido, signo vital por excelencia, es en este verso, un paso hacia la fosa porque cada instante que vivimos es también un instante que discurre hacia la muerte, y el beso, muestra del afecto amoroso y, el amor, esencia de vida, al ser expresados nos acercan al fin de la existencia. Dialéctica pura.
 
Lenín y Mao jamás imaginaron que la dialéctica también servía para hacer tan bella poesía.
 
Pero cualquier aproximación a la semblanza de Manuel estaría incompleta si no incorpora el humor y la ironía que éste cultivó de manera proverbial. Pocos han tenido su agudeza y rapidez mental para encontrar el lado divertido o extraño de una situación o personaje. Era único poniendo chapas e inventando historias ingeniosas sobre sus amigos. Toda reunión en la que estaba presente sufría diversos espasmos de risas y risotadas. Evidencia que rinde en una de sus canciones. En la polka Promesa, le dice a su musa:
 “…Piénsalo bien vidita
que si aceptas pondré
Mi bohemia amarrada
En la cima de un altar”

 
¿Alguien puede imaginar, en su sano juicio, la bohemia de Manuel Acosta, en la cima de un altar?
 
Un personaje así era intragable para los poderosos que siempre buscan bufones o cortesanos que halaguen su banalidad y mal gusto. Para Manuel hacer de cortesano era comulgar con una rueda de molino demasiado grande. Por eso su distancia de los reflectores y de los grandes centros de difusión discográfica.
 
Prefirió estar próximo al mundo popular y de los jóvenes que requerían y buscaban su magisterio. Su presencia crecerá con el transcurrir del tiempo, como la sombra cuando avanza la tarde.

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