Resetear la economía peruana ¡Ahora!

Por: 

Alejandro Narváez Liceras*

Todos estamos de acuerdo (y lo dije más de una vez), que el mundo no será igual después del COVID-19. La crisis provocada por la pandemia está acelerando las desigualdades económicas y sociales, la posición de dominio de las grandes empresas tecnológicas y el trabajo remoto. Unas tendencias que van a dar paso a una nueva era en términos de política económica, fiscal, monetaria y de competencia, así como a una mayor presencia del sector público en la economía.  

En el Perú, algunos datos sustentan esa advertencia. Según el INEI, como consecuencia de la pandemia la pobreza monetaria en el 2020 se disparó al 30.1% de la población, que equivale a10 millones de peruanos que viven con menos de 360 soles (97.8 dólares) al mes.  Mientras que el fragmento de la población que sobrevive con menos de 1.9 dólares al día (la medida más lacerante de carestía, según los parámetros del Banco Mundial) pasó de 2.9% de 2019 a 5.1% en el 2020, lo que equivale a 1 millón 600 mil de pobres extremos. De acuerdo a la misma fuente 8 millones 700 mil peruanos en edad de trabajar (de 14 a más años) no tienen ni buscan trabajo, es la población económicamente inactiva. A estos datos podemos sumar el informe de la FAO de 2019 (antes del COVID-19) el cual reveló que había 3 millones 100 mil (9,7% de la población total) peruanos que sufrían hambre. En resumen, el Perú ha sido uno de los países más duramente golpeados por la crisis, hasta convertirse en el de mayor número de muertos por habitante del mundo (La Vanguardia, junio 2021). 

La desigualdad desbocada

Las desigualdades están aumentando y son multidimensionales, no sólo por renta y riqueza, también por zonas geográficas y por generaciones. El Perú es un país con una renta per cápita de 6,126 dólares corrientes al 2020 (Chile 13,231 dólares). Dicho así no se ve tan mal. Es una cuestión de promedios. El problema surge cuando analizamos los ingresos y los gastos de personas y hogares por niveles socioeconómicos (NSE) (véase APEIM, 2020 e IPSOS, 2020).  

De acuerdo a las últimas cifras publicados por el INEI en el 2018, la desigualdad en la distribución de los ingresos medido a través del coeficiente de Gini para el año 2017 alcanzó 0.43 a nivel nacional (0 significa que existe perfecta igualdad y 1 significa que existe perfecta desigualdad). Sin embargo, los estudios de G. Alarco y otros, publicados por Oxfam Internacional en 2019, revelan que dicho índice estaba entre 0.60 y 0.70, es decir, casi el doble que las cifras oficiales. Esta es la desigualdad que nos envuelve. La gran causa de esta desigualdad es la heterogeneidad estructural y la riqueza está concentrada en unas pocas manos, en pocas empresas que generan PBI, pero no igualdad.

En la actualidad existe más desigualdad de renta y de riqueza que prácticamente en cualquier otra época de la historia peruana, y se acentúa cada vez más.  De acuerdo a los estudios de la consultora internacional Knight Frank, en 2019, habían más de 17,000 peruanos millonarios (5% de la población total), de ellos aproximadamente 880 tenían fortunas superiores a 10 millones de dólares, otros 300 con patrimonios superiores a 30 millones, alrededor de 37 peruanos con más de 100 millones. Así mismo, el extremo más acaudalado está conformado por 5 peruanos con una riqueza de más de 1,100 millones de acuerdo al último ranking de la Revista Forbes 2021, cuyas inversiones están repartidas principalmente en los sectores financiero, minero, pesca y alimentación.  El sociólogo Robert Merton lo llama a este fenómeno “el efecto Mateo”: “Al que más tiene, más se le dará, y al que menos tiene se le quitará para dárselo al que más tiene”. Así crece y se ensancha la desigualdad en el Perú y el mundo. 

Estas concentraciones tan extremas de riqueza y renta dan lugar a problemas sociales como económicos, producen desafección respecto a la democracia (el sistema político) y el capitalismo (el sistema económico). Para empezar, cuesta tener una economía estable y fuerte cuando la mayor parte de la riqueza creada por el país va a los bolsillos de una exigua franja de personas muy ricas. El capitalismo se alimenta de las ventas, lo sabemos todos. Por tanto, hace falta una mejor distribución de los ingresos para que los negocios y las empresas tengan suficientes clientes para tener rentabilidad y generar empleo para que la economía funcione bien.   

Sin embargo, del mismo modo que los recortes de impuestos pueden usarse para exacerbar las desigualdades (véase el caso de Estados Unidos con D. Trump), el Gobierno puede ejercer su autoridad fiscal para cambiar esas peligrosas tendencias, esa desigualdad desbocada. Reforzar la lucha contra el fraude fiscal, la contabilidad creativa o el “maquillaje contable”, llenar vacíos legales vigentes, aumentar la tasa de impuestos directos, crear nuevos impuestos a la riqueza, son recursos importantes con los que el Gobierno puede conseguir una mejor distribución de la renta y la riqueza en la economía. Sin cambios tributarios que penalicen las herencias, la riqueza y las rentas altas no se podrá reducir la brecha de la desigualdad creciente. Los profesores de Berkeley, Saez y Zucman (2021) en su libro: El Triunfo de la Injusticia, sostienen la tesis: “la desigualdad desbocada que padecemos tiene un claro motor: un sistema fiscal injusto”. El libro es una hoja de ruta para alcanzar la justicia social, por tanto, es de lectura obligada para los políticos y gobernantes. 

Resetear la economía peruana

Literalmente, un reseteo es volver al inicio, es un nuevo comienzo, algo así como borrar el pasado y empezar de cero. Tomando la idea Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, el reseteo (The Great Reset) sería el reinicio de un nuevo sistema económico y social de una manera más justa y más resiliente. 

El sistema económico imperante en nuestro país no está funcionando. La creciente desigualdad, la pobreza, el hambre reinante, el desempleo, el fuerte deterioro de nuestro medio ambiente son evidencias indiscutibles. En este marco el viejo sistema capitalista de laissez-faire (dejar hacer, dejar pasar) ya no es sostenible como dijo el mismo K. Schwab.  Hay la necesidad de reinventar el capitalismo en el siglo XXI para la gente, el planeta y la prosperidad de todos. De hecho, ya está fuera de toda discusión que la forma en que opera el capitalismo debe cambiar. Hasta las grandes empresas de Estados Unidos, que integran la poderosa Business Roundtable (La Mesa Redonda de Negocios)  que son la crema y nata del capitalismo norteamericano, desde Amazon hasta Xerox, pasando por las mayores empresas de comercio minorista (Walmart), tecnología (Apple), energía (Exxon Mobil), telecomunicaciones (AT&T), automóviles (Ford), finanzas (JP Morgan Chase), entre otras, quieren cambiar las reglas del capitalismo y la forma  de hacer negocios en el mundo (véase “Declaración sobre el Propósito de una Corporación”, agosto de 2019).

El reseteo de la economía peruana  debe apoyarse en tres pilares: a) Dirigir el mercado hacia resultados más justos, teniendo en cuenta los riesgos y oportunidades ambientales y sociales y no sólo las ganancias financieras en el corto plazo, b) Asegurar que las inversiones persigan objetivos compartidos, como la igualdad y la sostenibilidad, y c) Aprovechar las innovaciones de la “Cuarta Revolución Industrial” para apoyar los servicios públicos, especialmente abordando los desafíos sociales y de salud que se han planteado con la pandemia. 

¿Por dónde empezar?  A corto plazo, lo más urgente es hacer frente al desempleo, y hacer sostenible la recuperación económicos adoptando las medidas que sean necesarias para ello. A medio plazo debemos abordar las deficiencias del sistema capitalista (modelo económico vigente), sobre todo la falta de inclusión social, la sostenibilidad, especialmente en términos medioambientales, y la imperiosa necesidad de abordar un contrato o acuerdo social (fijar reglas de juego) que defina derechos y deberes de los ciudadanos y que estas sean cambiantes dependiendo de las circunstancias y transformaciones de cada momento histórico. Todas estas cuestiones deben abordarse desde un país abierto al mundo. Esa es una de las grandes lecciones aprendidas con la pandemia, que sin cooperación global se genera una situación donde todos somos perdedores, nadie gana. Finalmente, debemos dar a nuestros hijos más de lo que recibimos nosotros. Este es el sentido progresista de nuestro tiempo. 

*El Profesor Principal de Economía Financiera en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.