Quién se ríe ahora de Boris Johnson: su plan para transformar Reino Unido

Por: 

Esteban Hernández

En los últimos días, con la investidura fallida, las negociaciones tortuosas y la imagen decepcionante que la política española está ofreciendo, se ha advertido de nuevo acerca del peligro de que fuerzas populistas de derecha puedan resultar exitosas. Es curioso, en ese sentido, el miedo que se difunde respecto de la extrema derecha, del fascismo, del resurgir de los nazis y de tantos fantasmas irreales, mientras que aquello que está ocurriendo ante nuestros ojos se interpreta con enorme desdén. El Brexit y la llegada al poder de Boris Johnson son buenos ejemplos de los cambios que están produciéndose en Occidente, pero también del absurdo sentimiento de superioridad desde el que se interpretan. Todo lo ocurrido ha sido analizado como el resultado de las noticias falsas, de los paletos que se agarran a las banderas, del miedo a la emigración, de las debilidades de personas que no se adaptan al cambio, y es descrito como el preludio de una enorme catástrofe para el Reino Unido. Lo mismo sí, lo mismo no, pero esa actitud de desprecio denota una falta de análisis muy preocupante.

Para entender qué significa la llegada al poder de Boris Johnson hay que remontarse a 2013, cuando era alcalde de Londres y pensaba que estaba al frente de “una ciudad de primer nivel en un país de segunda clase". Por ese motivo, Boris exigía algunas ventajas operativas para la urbe, como el establecimiento de un visado especial: dado que Londres necesitaba a trabajadores cualificados de los sectores financieros, tecnológicos, publicitarios, y el Reino Unido imponía determinadas limitaciones para atraer talento, y puesto que había un exceso de mano de obra poco cualificada en la ciudad, era preciso regular los flujos migratorios para que se ajustasen a las necesidades, abriendo fronteras para los capaces y cerrándolas para quienes no aportaban valor añadido.

Johnson exigía, como era previsible, mayor autonomía fiscal, pero también mayor ámbito de acción política. ¿Para qué le servía a Londres estar sometida a las directrices del Reino Unido, un país de segunda? El exalcalde Ken Livingston ratificaba sus tesis insistiendo en que “todo lo que no hiciera de Londres una ciudad-estado totalmente independiente sería una oportunidad perdida”. Singapur era el modelo.

Dos países en uno
En realidad, esos movimientos 'independentistas' o 'autonomistas' tenían un anclaje profundo en la realidad económica y social del país. Las fuentes de ingresos de quienes vivían en la capital provenían del sector creativo, del financiero o del comercio internacional, ámbitos de los que el resto de Reino Unido estaba muy alejado. También existían enormes diferencias entre sus poblaciones, ya que “la brecha entre el sur y el norte se había ampliado enormemente y estaba en máximos desde la Segunda Guerra Mundial. Había dos Gran Bretañas, y estaban a la deriva y cada vez más separadas”, aseguraba a 'The Times' Danny Dorling, profesor de la Universidad de Sheffield. En ese contexto, la parte privilegiada optaba por aumentar sus ventajas en lugar de buscar cierta cohesión económica y territorial.

Un escenario muy similar en Francia lo describió poco tiempo después Christophe Guilluy, y era normal, ya que esa brecha era el producto de un giro sistémico que estaba separando radicalmente las grandes urbes globales, bien conectadas y con posibilidades laborales, de los territorios periféricos, con oportunidades decrecientes. Aquí se dio en llamar España vacía, pero era un fenómeno que se reproducía en Occidente. De esa ruptura sacaron gran partido los ‘brexiters’, que supieron canalizar el voto de descontento de poblaciones empobrecidas y sin demasiadas esperanzas.

Salvini, igual que Johnson
Especialmente significativo fue lo ocurrido en Italia, un país que también reproducía este esquema, con un norte pujante y un sur en declive, y que contaba con un partido secesionista, la Lega Nord, bastante popular. En 2013, Matteo Salvini se convirtió en el líder de la Lega, y dio un giro inesperado al convertir un partido separatista en el más importante de Italia. Salvini es hoy el ministro más popular y los sondeos le otorgan una victoria contundente si las elecciones se celebrasen este mes.

De manera que en ambos casos, Reino Unido e Italia, encontramos a los líderes de las partes ricas del país convertidos en los líderes del país entero. Johnson lo ha conseguido transformando el partido conservador británico en algo muy diferente de lo que era, mientras que Salvini ha elevado a un partido de derechas regionalista a una exitosa formación nacional. Los políticos secesionistas dejaron de serlo respecto de su país y pasaron a encabezar la secesión respecto de Europa.

Las ‘democracias iliberales’
La pregunta es hacia dónde nos conduce este cambio. En general, tanto los liberales europeos de guardia como los antifascistas coinciden en señalar los enormes cambios que esta nueva derecha puede provocar en lo que se refiere a la inmigración y a las libertades civiles, y apuntan a la llegada de regímenes más autoritarios, hasta el punto de que el término ‘democracias iliberales’ se ha hecho relativamente popular. Sin embargo, el caso de Johnson, que se ha rodeado en Downing Street de fieles ‘brexiters’, nos conduce un poco más allá de este terreno.

El primer ministro británico ha anunciado que el 31 de octubre habrá Brexit, por las buenas o por las malas, y que se han iniciado conversaciones para un acuerdo de comercio con EEUU. Trump ha estado presionando con insistencia a favor de un Brexit duro y de una rápida celebración de un tratado comercial entre los dos países, dos aspectos que interesan especialmente al actual Gobierno estadounidense. En primera instancia, le sirve para ganar mercado para sus empresas y para ampliar sus tasas de beneficio en un entorno de guerra comercial con China, y por lo tanto de pérdida de posibilidades. El capitalismo estadounidense no es como el europeo, ya que hay grandes áreas privatizadas y la protección social es mucho más escasa, de forma que extender su modelo a los países europeos, donde existen todavía sectores ampliamente regulados, sería una fuente evidente de beneficios, y más aún en un contexto de economía financiarizada.

El programa previsto
Como advierte en ‘The Guardian’ Nick Dearden, director de Global Justice Now, este programa siempre ha estado en la mente de los neoliberales y no es más que otro paso en ese sentido. Liz Truss, la actual secretaria de Comercio Internacional del Gobierno Johnson, ha señalado insistentemente su deseo de bajar los impuestos, reducir el gasto público y eliminar las regulaciones en vivienda, educación, sanidad y trabajo, entre otras áreas.

Las consecuencias de esta desregulación instigada con la excusa de un tratado comercial, asegura Dearden, llevarían a que Reino Unido permitiese que los animales criados con esteroides, hormonas y antibióticos nutriesen las comidas de su país, a que se ampliasen los derechos de monopolio de las farmacéuticas y a que los precios de los medicamentos aumentasen considerablemente, a que la privatización de áreas públicas se convirtiera en la norma, o a que se creasen nuevos tribunales por encima de los Estados que, al modo de los de la OMC, les sancionaran si tratasen de poner límites a la actividad de las empresas, por ejemplo introduciendo un impuesto al azúcar o negándose al 'fracking'.

La lucha por los datos
Sin embargo, la mayor parte de las nuevas fuentes de ingreso y de las áreas cruciales tendría que ver con las tecnológicas. Muchas empresas nacidas en ese sector, como Airbnb, Uber o Deliveroo, necesitan, para ser rentables, acabar con las normativas nacionales que dificultan su actividad, aseguran derechos a sus trabajadores o que obligan a las empresas a pagar el grueso de sus impuestos en el lugar en que realizan la prestación. Una desregulación masiva permitiría el desarrollo definitivo de estas plataformas.

Sin embargo, no solo se trata de que se favorezca a determinadas firmas, sino de la guerra por el futuro. La lucha por los datos, por el 5G y por la inteligencia artificial está presente como telón de fondo de las nuevas guerras comerciales, y en ese terreno las empresas estadounidenses llevan muchísima ventaja a las británicas y a las europeas. Abrirles la puerta de los datos del Reino Unido, y con ellos la apertura a nuevas formas de automatización de los procesos, tendría consecuencias notables en ámbitos como la sanidad, la justicia y, por supuesto, el trabajo, tanto en el sector público como en el privado.

Esa reorganización del Reino Unido a partir de la presencia de las empresas tecnológicas estadounidenses es lo que está en juego. Sin embargo, también hay un ámbito en el que los británicos podrían salir beneficiados de una alianza con Trump. Como bien señalaba Nicholas Shaxson en su reciente ‘The Finance Curse’, el Reino Unido posee un tercio de los paraísos fiscales del mundo y cuenta con la City, su correa de transmisión, como lugar privilegiado de inversión, lo que le ha convertido en un país notablemente dependiente de las finanzas. Al igual que en otros Estados se habla de la ‘maldición de los recursos’, Gran Bretaña está presa de la ‘maldición de las finanzas’, ya que se ha convertido en un territorio excesivamente dependiente de ellas. La desigualdad territorial y de clase, apunta Shaxson, al igual que la pérdida de talento en grandes áreas productivas o el aumento de los precios de bienes esenciales, sería consecuencia lógica de este esquema.

Atraer más millonarios
Sin embargo, es precisamente el snector financiero, aquel para el que Boris Johnson solicitaba un estatuto especial cuando era alcalde de Londres, el que podría salir beneficiado del alejamiento de Europa y de la amistad con los estadounidenses. La reducción de impuestos y una regulación muy laxa, que es la que quieren imponer los actuales gobernantes, sería una baza sustancial para seguir atrayendo capital y millonarios a Londres. En definitiva, un Reino Unido que amplificaría su papel financiero, y que atraería tecnología y creatividad a su capital, lo que no haría más que aumentar la brecha existente.

Por decirlo de otro modo, Boris Johnson quiso separar un territorio privilegiado del resto y trató de hacerlo por el lado pequeño, independizando Londres del Reino Unido. Y lo que no pudo conseguir por ese camino, trata de hacerlo ahora a lo grande: no es más que la secesión de las partes afortunadas de la sociedad del resto. Eso es lo que está en juego con el experimento británico, mucho más que el deseo de sus ciudadanos de recuperar el control, que el ascenso de los líderes populistas, el temor de las poblaciones atrasadas al cambio y demás lugares comunes con los que suelen enfocarse estos asuntos. De lo que se trata con este ahondamiento en la alianza entre EEUU y Reino Unido es de seguir profundizando en un modelo neoliberal cada vez más arriesgado. Como en otras épocas, el Reino Unido puede marcar la pauta de los cambios económicos. Haríamos bien en tener en cuenta todo esto cuando hablemos de extremas derechas y la UE y demás, y quizás entendamos que los pulsos políticos que estamos viviendo en España resultan doblemente absurdos.

Publicado en El Confidencial

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