Las protegidas del Parlamento Europeo

Por: 

Anaïs Ortega*

En abril el Parlamento Europeo ­cerrado por el confinamiento- acogió a un grupo de mujeres vulnerables (migrantes, pero también víctimas de violencia de género refugiadas, etc). La autora relata esta historia a partir de su visita al centro.

“Que libres habitamos esta tierra, sin consideración de gente prisionera, sino con el derecho humano del asilo. Que nadie ni habitantes del país, ni tampoco extranjero, nos pueda reducir a servidumbre; y, si alguien nos hiciera violencia, el noble que no acuda en nuestra ayuda quede privado de derechos y sufra la pena del destierro por decreto del pueblo” –  Esquilo, Las suplicantes

Me siento frente a Valentina, la coordinadora del centro de acogida de urgencia para mujeres del Parlamento Europeo y sólo veo sus ojos fatigados detrás de la mascarilla de protección. La Covid sigue presente y el desconfinamiento estival no impide la prudencia en un contexto donde conviven personas de salud frágil. Valentina habla rápido, es una mujer determinada a pesar de la carga de trabajo. Me cuenta lo que ha significado que el Samusocial–conjunto de asociaciones no gubernamentales destinadas a la ayuda a las personas vulnerables– se instalara en este local del Barrio Europeo de Bruselas: “nunca antes habíamos conocido una calidad de acogida semejante, el edificio corresponde perfectamente a lo que necesitaríamos en todos nuestros centros”, me confiesa. Las residentes de este refugio singular son mujeres sin techo y también víctimas de violencia doméstica. Necesitan calma y reposo para tomar distancia frente a las situaciones extremas que les ha tocado vivir, para tener la energía de hacerse las preguntas adecuadas sobre su futuro incierto, para realizar sus trámites administrativos, para cuidar de sí mismas y de su aspecto y postular a un empleo.

Valentina me explica que cuando se inicia el confinamiento, los locales de Samusocial, como aquel de Poincaré en Bruselas, están saturados y resulta imposible respetar la distancia preventiva pues la gente se hacina en habitaciones repletas y duermen en literas superpuestas. En aquel momento el Parlamento Europeo decide poner a su disposición el espacio de sus oficinas de la plaza Meuûs y contacta a las autoridades regionales, que a su vez informan al Samusocial. El procedimiento se implementa y la transferencia tiene lugar el pasado 29 de abril.

En uno de los primeros ensayos de navegación y éxodo de la mitología griega, las Danaides, hijas de Danao, un soberano de Libia, huyen por mar a bordo del primer barco para escapar a un matrimonio forzado con sus primos. Las cincuenta jóvenes huyen juntas y son acogidas con los brazos abiertos y protegidas por los habitantes del reino de Argos, en Grecia. La historia termina mal ( la expresión “tragedia griega” adquiere aquí toda su dimensión) y el imaginario moderno sólo ha conservado su dramático final. Sin embargo, a través de esta primera parte se adivina ya una historia de fronteras y de construcción europea. La solidaridad expresada en el asilo ofrecido a estas mujeres nos invita a reflexionar sobre una acogida más abierta, más humana, a las personas vulnerables y nos muestra que ya en la antigua Grecia, cuna del mundo moderno, la protección de las mujeres en peligro resultaba crucial.

Cuando el refugio propuesto por el Parlamento Europeo está al fin listo para acoger a sus ocupantes, las primeras en instalarse son unas sesenta mujeres que se habían sometido previamente a las pruebas de detección de la Covid, con resultados negativos. Rápidamente nuevos rostros se agregan a aquellos de las primeras residentes. Todos los días entre cinco y seis mujeres víctimas de violencia de género tratan de encontrar un lugar en este refugio, incluso después del desconfinamiento. Encerradas durante meses con sus verdugos, buscan desesperadamente un lugar dónde protegerse.

El walkie-talkie crepita. El agente de seguridad de la entrada principal nos informa que han llegado las donaciones del Parlamento. Me entero también de que los parlamentarios y el resto del personal han puesto a disposición del centro y de otras residencias del Samusocial, un servicio de tres comidas al día. Por otra parte, el mobiliario de oficina también se ha puesto a su disposición –lo que ha resultado muy útil para los equipos de trabajo local– así como contenedores de duchas móviles y una sala de lavado con seis lavadoras y secadoras de ropa. Pero la eficacia del centro no se detiene allí. A la mínima que aparece algún problema técnico, un cristal roto en las ventanas o una cerradura que no funciona, “llegan los técnicos a repararlo en menos de media hora” se regocija Valentina. Finalmente, las habitaciones son para una o dos personas, por la Covid. En términos de logística todo ha sido pensado para que estas mujeres recuperen sus referentes, pero también para aplacar los conflictos y las tensiones que generan los inadaptados espacios sobrepoblados. Aquí cohabitan perfiles muy diferentes: mujeres maltratadas, mujeres fragilizadas por años de vivir en la calle, personas dependientes, inmigrantes. Una de las residentes, por ejemplo, ha presentado ya tres solicitudes de regularización y este procedimiento tiene lugar desde el 2013. Unas estudiantes llegaron durante el confinamiento, una de ellas está encinta. Se han hecho amigas en el refugio. También hay una mujer que besa todos los objetos que la rodean, las camas las sillas, todo lo que ve. No está siguiendo su tratamiento regularmente, pero al menos aquí está fuera de peligro. Valentina me confiesa que está aquí porque no corresponde a ningún perfil predeterminado. En la calle estaría aislada, expuesta a la violencia, a la miseria y, ahora, también a la Covid.

Las Danaides, hijas de un mismo padre, eran todas de orígenes diferentes y son la referencia viviente de la gran diversidad de población que existe entre el África del Norte y la Mesopotamia. Su fuerza proviene de su unidad, de la voluntad común de protegerse, de encontrar un refugio para todas. Huyendo de las costas de la actual Libia, atraviesan el Mediterráneo hasta el reino de Argos, en Grecia continental. Hoy, el Parlamento Europeo se ha convertido en ese refugio. Como dignos herederos de la Demokratia ateniense y su Boulé, la asamblea de ciudadanos encargada de las leyes de la ciudad, acoge y protege a estas danaides contemporáneas, que como sus predecesoras tratan de huir de una situación trágica que no eligieron. Aquí no es necesario recurrir a la noción de “destino”, esa fatalidad ineludible entre griegos y romanos, si no más bien a la noción de responsabilidad común. En la primavera pasada, mientras todos permanecíamos encerrados en nuestras casas, las residentes del Parlamento Europeo enviaron un correo al director del Samusocial, Sébastien Roy, para invitarlo a venir a dialogar con ellas.

Ese día, Emiliana estaba presente. Nació en Costa de Márfil pero, a los problemas de la vida en su país, se agregó su mala salud. Emiliana es diabética. Pensó entonces que en Europa sería mejor tratada de sus males. Me habla de su periplo, su llegada a Bélgica dónde frecuentaba una iglesia de Bruselas. Se refugiaba allí y sobrevivía a escondidas, se lavaba en los baños para minusválidos y pasaba mucho frío. Cuando la descubrieron estaba en un estado lamentable y el equipo de Médicos del Mundo que la recogió le aconsejaba que solicitara un lugar en el Samusocial. Era el 2015 y la recibieron en el centro de Schaerbeek. “Era la primera vez”, me confía. Desde entonces ha recorrido todos los centros de acogida de Bruselas, Poincaré, Petit Rempart, Botanique. Cuando empieza la pandemia ella vive en una habitación con más de diez personas. La gente tose, las ambulancias vienen a cada momento. Tiene miedo y presiente que habrá muchos muertos. Cuando Emiliana llega al Centro de Meuûs está encantada. En primavera, cuando el presidente del Samusocial está delante de ella, decide cantarle su agradecimiento en compañía de sus camaradas y cómplices del centro. Emiliana canta para contar la crisis del Covid, luego habla del milagro de lo que todas llaman “este hotel de cinco estrellas”. A su llegada al centro, Emiliana estaba tan agotada que durmió durante tres días seguidos, ya no está enferma, casi no siente la artrosis que le da dolores de rodilla.

Al final de nuestra conversación, la coordinadora del centro me cuenta que esta experiencia ha modificado los métodos de trabajo de mucha gente dentro del Samusocial. Una verdadera reflexión sobre la visión y la organización de la acogida de la población vulnerable se ha impuesto entre ellos. Antes, de lo que se trataba era de evitar por todos los medios una política asistencialista: “Las personas eran bienvenidas, pero pensábamos que no era necesario demasiado confort para salir adelante, para reaccionar y no convertirse en asistidos”.  Valentina piensa hoy que esta manera de pensar es obsoleta. ”La calidad de la acogida y el confort son necesarios para que las personas puedan reconstruirse” me asegura. “La  realidad, dice, es que la gente se queda y no se va ¡aunque las condiciones sean catastróficas!”. Es también el peso simbólico y real de las mochilas que las residentes llevan consigo todas las mañanas, como esa mujer que le contaba a los vecinos que el carrito que empujaba día a día era “para hacer la compra”.

Valentina afirma que gracias a su experiencia en el Parlamento Europeo, el personal del Samusocial trabaja en mejores condiciones y puede ayudar, sostener, estimular más eficazmente a las residentes. “Hemos ganado mucho, dice, tanto en condiciones de trabajo como en condiciones de acogida”.

Los retratos de las residentes

Las residentes liberaron los locales a finales de julio y aunque los cambios son siempre difíciles en términos de logística y de referentes para estas mujeres, los responsables han logrado encontrar una solución de alojamiento para ellas en un antiguo hogar de ancianos en Molenbeek.

Pasando por los comedores y antes de dejar el lugar, me encuentro de casualidad las obras realizadas por las residentes en el curso de los talleres creativos del centro. Se trata de trabajos en técnica de collage, dibujos con plantillas, carboncillos y acuarelas que revelan sus sueños. Retratos llenos de poesía. Me detengo un momento frente a estos perfiles que cuentan una historia escrita en sus rostros. Son bellos relatos, a veces duros, pero llenos de ternura.

Gracias a esta experiencia, el Parlamento Europeo ha sabido aprovechar la ocasión de restablecer sus lazos con el pueblo, precisamente cuando éste más lo necesitaba. La Unión Europea y sus organismos son muchas veces objeto de duras críticas; la crisis de las instituciones y de la política en general han dejado su huella. Tal vez una de las posibles respuestas se esconda aquí, en este refugio que, como la ciudad de Argos, ha puesto en evidencia el valor de la acogida y ha reabierto nexos con una realidad muchas veces olvidada. Con este gesto de generosidad el parlamento Europeo ha sabido evidenciar una manera de actuar más directa, más humana, más social en plena crisis sanitaria. Una experiencia que ha hecho posible que, aunque sea por una vez, los olvidados del sistema recuperen un sentimiento esencial: aquel de la dignidad. 

(*) Anaïs Ortega investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y en el Instituto de Ciencias Sociales de las Religiones (ISSR) de la Universidad de Lausana. Este reportaje se realizó en el marco de su trabajo en el proyecto Inter Pares, implementado por el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA) y financiado por la Unión Europea.

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