Las lecciones de la huelga magisterial

Por: 

Nicolás Lynch

Por primera vez en varios años un movimiento social provoca una grieta de proporciones en la hegemonía política y cultural que el neoliberalismo ha impuesto a la sociedad peruana. Los maestros han procedido a derrotar varios momentos del relato dominante difundido por la mayor parte de la élite política y los principales medios de comunicación. Primero la invisibilización de la huelga cuando sucedieron los primeros conatos en el sur. Segundo que la huelga era un invento de Sendero Luminoso cuando la misma llegó a la capital trayendo la voz de miles de maestros del interior. Tercero que como sus dirigentes estaban ligados a grupos terroristas no había con quien negociar, por más que ya existía un Comité Nacional de Lucha y sus dirigentes se paseaban por los medios de comunicación y el Congreso. Y cuarto, que como no habían dirigentes confiables había que negociar por la vía de intermediarios, sin sentarse a la mesa con los verdaderos interlocutores. Estos sucesivos momentos lo primero que señalan es un desprecio por el otro —por parte de las autoridades y los medios— por ser pobre, provinciano y maestro, como pocas veces se ha visto en nuestra historia reciente.

A contrapelo de este relato el movimiento magisterial ha demostrado a lo largo de dos meses que es un movimiento real, constituido abrumadoramente por maestros de base, con una plataforma justa y que atiende a los problemas de fondo de la educación peruana. Un movimiento además que ha repercutido en casi todas las ciudades del Perú, despertando la simpatía y solidaridad de los estudiantes, padres de familia y sociedad en general porque ven en los maestros reflejada su propia situación. Todas estas cuestiones le ha dado legitimidad a la huelga entre la población. Sin embargo, a diferencia de otras grandes huelgas magisteriales en décadas pasadas, su dirección en este caso ha sido fragmentada, en buena medida espontánea y sin reconocimiento legal, lo que le ha quitado fuerza en la resolución del conflicto. Asimismo, este carácter ha permitido la influencia de sectores radicales ligados a Sendero Luminoso que, a pesar de ser minoritarios, han dado pie para la satanización de la huelga por los poderes político y mediático.

El movimiento además, no sólo por su magnitud sino también por sus reclamos, es expresión del fracaso de una política educativa. Una política que se ha presentado en la última década como una “reforma de la educación”, clave en la hegemonía neoliberal, que le permite pasar del asalto a los bolsillos al asalto a las mentes de los peruanos. Esta política fracasa en un punto fundamental: la necesaria relación que debe existir entre el salario del docente y la evaluación a la cual se le somete. Desde la famosa frase del dúo Alan García-José Antonio Chang en el quinquenio 2006-2011 “no habrá aumentos sin evaluación”, pasando por la radicalización de esta política que se lleva a cabo de la gestión ministerial de Jaime Saavedra (2013-2016) en adelante. Craso error, la experiencia nos ha señalado que no se puede evaluar al maestro sin tomar en cuenta las condiciones materiales, salario y condiciones de trabajo, en las que desenvuelve. Evaluar a quien no puede reproducir su fuerza de trabajo lleva una explosión como la que hemos visto en las últimas semanas. 

Esta es la teoría del maestro barato que llevó a Saavedra, enviado del MEF en el Ministerio de Educación, a multiplicar varias veces los maestros contratados y adjudicar menos de la mitad de las plazas que tuvo a disposición para nombrados. En otras palabras multiplicar a los contratados que cuestan menos y evitar a los nombrados que cuestan más. La teoría del maestro barato con una evaluación por encima de sus posibilidades tiene como objetivo tener asustado al magisterio para controlarlo políticamente. Una cuestión clave en un gremio con gran capacidad de protesta como el de los maestros. Ahora bien, ¿por qué se produce esta huelga en junio-julio de este año? Por la amenaza de una evaluación de desempeño para el segundo semestre de 2017, que junto con la ausencia de aumentos a la vista,  los maestros interpretan como un procedimiento masivo de despido de la carrera docente. Esto hace que la combinación de bajo sueldos y evaluaciones llegue a su punto de ebullición. 

Empero, está también la negativa magisterial —casi de principio— de someterse a cualquier evaluación que tenga consecuencias, luego de no aprobar la misma en tres oportunidades, en su salida de la carrera docente. Este es un debate tan antiguo como el inicio de las evaluaciones a principio del siglo XXI. Aquí chocan el interés corporativo del gremio interesado en la estabilidad laboral con el interés social interesado en la calidad de la educación. El mal tratamiento de esta contradicción puede llevar a una radicalización sin salida de los docentes y a un aislamiento de los mismos del resto de la comunidad educativa y de la sociedad en general. Por ello, es de fundamental importancia un manejo adecuado de la misma que incluya aumento de las remuneraciones y las pensiones, las capacitaciones necesarias y finalmente participación de los profesores en las evaluaciones mismas.

Pero no solo se trata de salarios y evaluaciones. Los maestros, desde su punto de vista, señalan también la necesidad de revisar la ley general de educación de 2003 y la ley de carrera pública magisterial de 2012, así como la necesidad de aumentar el porcentaje de la riqueza nacional, el PBI, que se dedica a educación. En este punto plantean una cifra quizá inviable, el 10% del PBI, errando en el número pero no en el tema ya que la meta del 6% se planteó en el Acuerdo Nacional hace 15 años y solo hemos llegado al 3.8% en la actualidad. Existe entonces, aunque lo niegue el poder, una preocupación de estos maestros por la educación en su conjunto, solo que abordar el problema supone revisar la política educativa ya fracasada a lo que tercamente se oponen las élites neoliberales por ser uno de los pilares de su hegemonía actual.

Todo esto se da en un contexto de división del sindicato magisterial. Una división que no es nueva y tiene ciertamente como ingredientes la disputa de grupos como Sendero Luminoso y Puka Llacta con Patria Roja, tradicionalmente el partido de mayor influencia sindical en el magisterio. Sin embargo, hoy observamos que la dirección nacional, el CEN del Sutep, en manos de Patria Roja, ha sido largamente rebasada por sus bases, en una magnitud que no puede ser explicada solo por la disputa con los grupos radicales. Es indudable que el efecto de la política neoliberal en los maestros ha sido subestimada por la dirigencia nacional y esa es la clave de su desplazamiento. No sabemos aún cuál será el futuro del sindicato magisterial, pero la solución corresponde solamente a los maestros y ojalá el resultado sea un sindicato nacional unitario y democrático.

Queda por ver cuál será el resultado de la huelga actual. Ante la fuerza del movimiento social y la falta de alternativas del gobierno de turno este parece haber tomado la decisión de liquidar la huelga, es decir, aparecer derrotándola más allá del acuerdo o el desacuerdo al que se llegue. Esta opción es clara cuando se descalifica a la dirigencia que parece conducir a la mayoría de las regiones a través del llamado Comité Nacional de Lucha. Primero se anuncia que no se negociará con ella y luego, ante la presión de la opinión pública, se decide hacerlo de manera vergonzante, mediante intermediarios, estableciendo una distancia entre maestros y funcionarios del sector que es resentida por los primeros. En este punto, con la ministra en el sexto piso del Ministerio de Educación y los dirigentes magisteriales en el primero, la negociación lógicamente fracasa. Los gestos hablan por si solos. Ojalá que los próximas días nos deparen algo mejor.

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