Ilusiones de la pospandemia

Por: 

Rodolfo Colalongo, Santiago Mariani (*)

La mañana del 11 de septiembre de 2001, que había comenzado tan apacible para el presidente George W. Bush con la visita a una escuela ubicada en el estado de la Florida, se convertiría rápidamente en el día más dramático de su presidencia. Los aviones que se estrellaban ese día contra las Torres Gemelas y el Pentágono generarían una sensación de vulnerabilidad que impulsaría una revisión integral en dimensiones como la seguridad y los derechos civiles. Algo similar ocurriría desde otros ámbitos.

Francis Fukuyama, uno de los más influyentes intelectuales en los círculos del poder estadounidense, se sumaría al revisionismo de aquel momento. Sus reflexiones apuntarían hacia los efectos negativos generados por la disminución de capacidades estatales impulsadas desde las políticas de ajuste estructural del Consenso de Washington. Bajo su óptica, recuperar o reconstruir la estatalidad se tornaba esencial para la seguridad de su país. Es que en aquellos lugares donde la debilidad estatal dejaba amplios espacios sin control, solo un estado con capacidad suficiente para ejercer su soberanía lograría mantener a raya la proliferación de grupos que usaban esos “refugios” para preparar y lanzar sus golpes contra las democracias liberales de Occidente. 

El planteamiento incluía recuperar otras capacidades esenciales que el dogma neoliberal había contribuido a desactivar.  De manera casi profética advertía sobre la importancia de estas para asegurar una respuesta efectiva ante un fenómeno como una pandemia. Sin infraestructura pública de salud, señalaba Fukuyama, los países no podrían enfrentar de manera óptima el cuidado y bienestar de una comunidad. Como ejemplo citaba el resultado exitoso conseguido por los países desarrollados en disminuir los costos de los medicamentos necesarios para tratar el síndrome de HIV. Un logro parcial que se diluiría ante la dificultad de administrar largos tratamientos que requerían los pacientes con ese virus en países que carecían de una adecuada estructura pública de salud. 

La crítica de Fukuyama se sumaba a un coro polifónico de voces y alternativas políticas contestarias que lograban llegar al poder. Todo ello, sin embargo, no lograría influir en la implementación de cambios sustanciales. Una explicación simplificada podría estar en la muralla levantada por el proceso de concentración del ingreso más agudo de la historia reciente del capitalismo. El poder y el nivel de influencia acumulados desde el sector privado como resultado de las políticas neoliberales infiltraría medios de comunicación y estructuras de representación política blindando el relato en torno al libre mercado como eje ordenador y regulador de nuestras sociedades.

La narrativa hegemónica tan potente que pudo sortear esos cuestionamientos e intentos de revisión pareciera haber encontrado en el último tiempo un desafío inesperado con la pandemia global. Estamos probablemente asistiendo a una etapa con nuevas hipótesis de trabajo a verificar. El contexto está generando una corriente que se ilusiona con las fisuras que dejan los coletazos de la pandemia y encuentra posibilidades de un cambio. Algunos de los procesos en marcha parecieran confirmar ese optimismo. 

El inicio de cambio en Chile, donde el credo neoliberal se había convertido en el único juego posible y despertaba elogios por doquier, representaría el ejemplo más contundente. En Estados Unidos, la administración liderada por Biden encuentra espacios para intentar recuperar capacidades estatales de un estado federal que languidece como efecto de un desfinanciamiento progresivo que sufre desde la década de los ochenta. En el gigantesco plan de recuperación económica que han lanzado, pareciera buscar equilibrios que recuperen el sentido del “sueño americano” con reales oportunidades de progreso social. Perú, siendo el caso de mayor anclaje y persistencia del neoliberalismo en la región durante las últimas dos décadas, podría ubicarse también en este lote que busca con sus particularidades una salida del modelo.

Bien, asumamos entonces que debido a las circunstancias particulares que atravesamos, comienzan a ceder los muros del dogmatismo del mercado. De ocurrir eso, las estructuras estatales desfinanciadas en materia de salud pública, que tan deslucidas e impotentes se mostraron en la mayoría de los países de la región ante la pandemia, tendrían que pasar al tope de prioridades en la agenda pública del cambio. Ello vendría como resultado de un consenso extendido alrededor de un proyecto de modernidad inclusiva y cohesionadora, es decir, una comunidad que garantice el bienestar colectivo.

El asunto implicaría un cambio estructural en sistemas fiscales que siguen condenando a los sectores de menores ingresos, como señala la CEPAL1, a sostener a través de impuestos al consumo el mayor porcentaje de las rentas que captan los estados en América Latina. El punto es acaso la cuestión política más difícil y compleja porque en la definición que cada sociedad hace del reparto de cargas y responsabilidades ante el fisco se juega la posibilidad de una solidaridad colectiva como eje vertebrador de una comunidad con bienes públicos de calidad y acceso universal. 

En nuestra región, por caso, aquellos que en proporción a sus ingresos más aportan para sostener el Estado son los que en esta coyuntura más sintieron y sufrieron la precariedad de una solidaridad deshilachada. Son los mismos que esperan y necesitan de capacidades estatales que generen bienes públicos universales que nuestras democracias electorales no están logrando producir. Son los mismos que hoy están movilizados y esperanzados con procesos de cambio democrático que abriguen una relación distinta entre estado, sociedad y mercado. 

La ilusión de un neoliberalismo desinflado y en retirada, como efecto de la emergencia de consensos mayoritarios de cambio, se presenta más factible en este contexto que alimenta realineamientos políticos, sociales y comerciales. La pandemia nos deja como enseñanza que los estados con capacidades para brindar bienes públicos de calidad y acceso universal son, antes que el problema, la solución a nuestros dilemas más acuciantes. Las capacidades estatales fortalecidas son la mejor vacuna que podemos procurar para suturar nuestras sociedades.

(*) Rodolfo Colalongo es docente de política internacional en la universidad de Externado (Colombia). Santiago Mariani es docente de ciencia política en la universidad del Pacífico (Perú). 

[1] Ir a https://www.cepal.org/es/publicaciones/45517-estadisticas-tributarias-am...