El camino del infierno: del susto al sometimiento

Por: 

Nicolás Lynch

Los hechos ocurridos luego de la investidura del gabinete Bellido demuestran, una vez más, que la oposición de derecha al gobierno de Pedro Castillo no sólo quiere un gobierno asustado frente a sus exigencias cada vez más humillantes, sino un gobierno sometido a sus dictados y cuya actitud cualquiera que esta sea, no será suficiente sino implica la rendición incondicional o la vacancia presidencial.

El voto de investidura fue el triunfo más importante del gobierno luego de la transferencia de mando del 28 de julio. Un triunfo, además, que adquiere relevancia luego de las derrotas en la elección de la Mesa Directiva del Congreso, en la conformación de las comisiones parlamentarias y en la renuncia del hoy excanciller Héctor Béjar. Asimismo, momentáneamente al menos, el gobierno de Castillo quebró el liderazgo de extrema derecha sobre un grupo de parlamentarios provincianos que, más allá de sus diferencias con el gobierno, aspiran a que su labor parlamentaria ayude al desarrollo del país.

Sin embargo, con todo lo importante que ha sido este triunfo, corre el riesgo de diluirse si es que el gobierno en lugar de fortalecerse con él, se repliega entregando poco a poco todos los alfiles que pide la oposición. Es decir, si se convierte de un gobierno ganador en un gobierno asustado y probablemente en un gobierno sometido.

Por supuesto que el único factor en el repliegue no es el ataque de la derecha sino su propia incapacidad para responder políticamente. Y aquí la explicación sociológica no es suficiente, cuando se menciona el origen provinciano y popular de los que ganaron las elecciones y que por lo tanto deberíamos esperar a que aprendan. También existen los pequeños juegos de poder dentro del gobierno mismo que le quitan eficacia en su acción para parar la ofensiva reaccionaria y organizar una contra ofensiva. Algo se esto se hizo en la semana previa a la investidura cuando se evitó la ruptura entre los dos factores de poder: el presidente Castillo y Vladimir Cerrón y se pudo enfrentar unitariamente el voto de confianza. Esta unidad, indudablemente, no es suficiente y hay que proyectarla a una unidad mayor. 

La clave, por ello, de un proceso de fortalecimiento es, como todos concuerdan, empezar a gobernar. Es decir, en lo inmediato, empezar a encauzar y resolver los agudos problemas derivados de la crisis económica y sanitaria que atraviesa el país.  Sin embargo, cuando de gobernar se trata, la cuestión no es sólo aplicar un conocimiento establecido, como nos han repetido en las últimas décadas los tecnócratas neoliberales, sino hacerlo a partir de una propuesta política determinada. 

Justamente la pugna de todo este tiempo tiene que ver con ese punto. No por gusto la ofensiva de la extrema derecha de la mano con los medios concentrados, ha apuntado a que el gobierno se pelee con su propio programa. Primero, tratando de que niegue la propuesta central de campaña que es la convocatoria a una Asamblea Constituyente para que elabore una Nueva Constitución, y, segundo, que diluya lo más que sea posible el cambio del modelo económico neoliberal. Todos los blancos que establece la derecha, en términos de temas y programas tienen que ver con esta cuestión: quitarle dientes al oficialismo hasta tal punto que lo conviertan en un gobierno sometido.

A pesar del éxito de la investidura la táctica de asustar al gobierno continúa. Este empecinamiento reaccionario apunta a una sola cuestión: sienten que están en peligro los intereses sociales, tanto de supremacía étnica como clasista, que representan. Los mismos intereses que fueron puestos nuevamente en primer lugar con el golpe del cinco de abril de 1992 y que hoy pueden perder peso si se desata una democratización del Perú.

Hay necesidad de gobernar entonces, pero de gobernar con las banderas que llevaron al gobierno a Castillo hace muy poco, no con las banderas que quiere prestarle la derecha. El reclamo de firmeza al gobierno de Pedro Castillo tiene sentido para este propósito. Continuar con el modelo neoliberal, como si no hubieran habido elecciones lo llevará más temprano que tarde a una debacle y ya no sólo con un frente con el bloque reaccionario, sino con dos, agregando también a un pueblo que quiere resultados, pero no cualquier resultado sino uno que favorezca a sus intereses. 

Esta firmeza no supone un gobierno sectario, al contrario, da las bases para un gobierno que integre al conjunto del movimiento popular, a los partidos progresistas y a los empresarios patriotas que apuesten por el desarrollo del país. De esta manera dejaremos de tener un gobierno asustado y se alejará la posibilidad también de tener un gobierno sometido, volviendo a poner en agenda la esperanza inicial que trajo la elección de Pedro Castillo, de un cambio en la política nacional.