Días de furia y vacancia del poder en el Perú

Por: 

Nicolás Lynch

Lo sucedido en el Perú en el mes de noviembre de 2020 será recordado como los días de la explosión juvenil contra el régimen neoliberal que se inaugura el cinco de abril de 1992. La movilización más allá de haber constituido “el bautismo de fuego de una nueva generación” ya ha tenido el saldo de dos muertos, expresando la violencia de la represión policial y la desesperación de los brevísimos gobernantes. Lo sucedido en las calles expresa el rechazo popular no sólo a un presidente carente de legitimidad como fue Manuel Merino, sino a un sistema que ahoga la vida y la posibilidad de participación política de la mayoría de los peruanos. Los meses siguientes no parece que serán más tranquilos para el nuevo presidente provisorio Francisco Sagasti, un liberal amable que ojalá entienda que su principal cometido es apoyar la realización de elecciones generales el 11 de abril de 2021.

¿Qué ha sucedido en el Perú? ¿Es acaso un Congreso corrupto que ha dado un golpe de estado a un gobierno democrático y el presidente designado ha sido a su vez renunciado por la furia popular? Como diría Cantinflas, algo de eso y también todo lo contrario. Se trata, efectivamente, de un Congreso cargado de corruptos, 68 de 130 con investigaciones judiciales en curso, que manosea la legalidad para dar un golpe parlamentario que vaca a un presidente como Martín Vizcarra, también con serios cuestionamientos por corrupción. Las ambiciones de corto plazo de los vacadores no repararon en que, dada la cercanía de las elecciones generales, era mejor que se quedara Vizcarra para no agudizar la incertidumbre que ya vivimos. Pero, a la vez, el Congreso vacador nombra un presidente sin legitimidad social ni política como Merino que acude presuroso a los predios de la ultraderecha para nombrar un gabinete de impresentables. Finalmente, las ambiciones desmedidas han sido corregidas por la calle dándonos una salida con más posibilidades de terminar el período presidencial iniciado el 2016. 

Si ponemos el asunto en perspectiva, la primera fila de políticos corruptos salió de juego, al menos por un tiempo, con la renuncia de Kuczynski en marzo de 2018 y el cierre del Congreso anterior en setiembre de 2019. Pero entró una segunda fila también sucia, como se ha ido viendo por los indicios de corrupción encontrados a Vizcarra y aún una tercera con el nuevo Congreso elegido en enero de 2020. Si la segunda fila renunció a la primera, la tercera ha vacado a la segunda y esa tercera ha sido vacada por la calle que ha puesto al presidente provisorio. Lo que tenemos es un sistema podrido que secreta corrupción y produce camadas sucesivas de políticos corruptos. En este mar de sargazos solo queda esperar que Sagasti, quien viene precedido por una trayectoria de decencia y amplitud, empiece en su corto mandato de ocho meses a romper con esta cadena de corrupción que ha traído el neoliberalismo.

Sin embargo, esta situación aún representa una grave amenaza para la continuidad democrática del país, aún para esta precaria democracia en la que vivimos. Esto nos debe mantener vigilantes, desde la movilización pacífica de la población para mantener a raya las tentaciones autoritarias y garantizar la realización de elecciones justas y libres de acuerdo con el calendario ya establecido. 

Pero la coyuntura nos remite a un problema más de fondo: la vacancia del poder como tal en el Perú. La incapacidad de mandar que se instala con la renuncia de Kuczynski y que no se resuelve hasta ahora, porque el presidente provisorio es un “tentenpié” pero nada más. El escenario en el que los grandes empresarios vigilan, los tecnócratas administran y los políticos dan vueltas, cobrando jugosas coimas por su actuación, continúa, aunque se encuentre desbordado. Por todo esto digo que el poder está vacío. La crisis del régimen neoliberal sin soluciones de fondo a la vista lo ha vaciado de contenido y la falta de un liderazgo y una alternativa que establezca un norte en la actualidad, fuera de los cánones neoliberales, hace que nos encontremos en la orfandad.

Ante esa perspectiva hay que entender el futuro inmediato no sólo como un proceso electoral más que nos lleve a elegir un nuevo gobierno. Hay que convertir este proceso electoral en un proceso constituyente, que nos abra el camino para el debate sobre una nueva constitución. Así tendrá sentido elegir, más allá de la exhibición de candidatos, promesas y partidos, debatiendo sobre los temas que definen nuestro sistema político. 

Ojalá que la furia juvenil no quede en los gritos de estos días y encuentre su canalización en un proceso electoral que signifique un viraje en la historia nacional. No dejemos, por ello, que el momento pase sin intervenir en él, porque el poder no se queda vacío para siempre y otros lo pueden llenar para fines opuestos a la democracia.

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