Crisis en las alturas, sin crisis de régimen

Crisis en las alturas se define en el análisis político como una situación de dificultad extrema para que los que están gobernando puedan seguir haciéndolo.

En particular alude al grave desgaste de la legitimidad de los mismos, es decir, la erosión de la creencia de que los que mandan puedan seguir en su labor.

En el Perú en la actualidad, en medio de los graves escándalos de corrupción en se encuentra sumido el gobierno aprista, nos encontramos en una indudable crisis en las alturas. Ahora bien, las crisis en las alturas donde se producen suelen ser el prolegómeno de una, ciertamente mayor, crisis de régimen. Es decir, en nuestro caso sería la crisis de esta democracia precaria, al punto de que sea reemplazada por alguna forma distinta, autoritaria o democrática, de organizar el Estado. No parece, sin embargo, que este sea, en lo inmediato, el caso peruano.
La razón de la gravedad de esta crisis es que tiene que ver en su raíz con un muy serio problema de corrupción, que se define porque el Estado continúa siendo una organización para favorecer los intereses privados de los políticos que lo manejan y de los empresarios que les piden favores.  Esta situación niega al Estado como una institución pública al servicio de los ciudadanos y niega en consecuencia su papel fundamental de expresar y organizar a la sociedad. Se profundiza de esta manera el sentimiento de distancia entre el Estado y los ciudadanos, que ha caracterizado históricamente al Perú, por razones sociales y étnicas, y que hoy agrega, con una profundidad solo conocida en los tiempos de Montesinos, el control patrimonial de algunas minorías sobre lo que debería ser de todos.
Pero el ingrediente de esta crisis no solo es el escándalo mismo de la corrupción, de por sí un disolvente de la legitimidad política y moral, sino también la división del grupo neoliberal en el poder entre los que están inmersos en esta última red de escándalos y los que sin estar aparentemente involucrados acusan a los primeros de corruptos. Esta división es la que deja a García y quizás al fujimorismo, con Kouri incluido, de un lado, y a Lourdes Flores y Alejandro Toledo en el otro. Castañeda y PPK seguirán como siempre al que parezca ganador. Esta división expresa las dudas de un sector del bloque de poder sobre el liderazgo de Alan García para consolidar el modelo neoliberal y proteger sus intereses económicos con el control social adecuado y la indispensable hegemonía política. Esta división tiene un primer escenario en la elección municipal en Lima y tendrá, definitivamente el escenario mayor en las elecciones generales del próximo año.
Sin embargo, esta crisis con la corrupción en su raíz y la división del bloque en el poder no se convierte en crisis de régimen porque le falta, desde un punto de vista de cambio social, una fuerza popular consolidada y con influencia nacional que constituya un desafío a la hegemonía reinante. Tenemos a Ollanta Humala con un liderazgo significativo pero sin remontar la distancia que lo separa del 2006 y el trecho que le faltaría de allí a la victoria. Tenemos, asimismo, a dos agrupamientos todavía menores: la reunión de ciudadanos de izquierda que ha formado un Comité Coordinador para explorar alternativas electorales y el partido Tierra y Libertad que ha realizado su congreso fundacional y que se encuentra en el mismo empeño que el anterior. El panorama se completa con movimientos sociales diversos que continúan desarrollando luchas sectoriales y regionales, enfrentando la criminalización de sus reclamos que hace el gobierno, pero sin un eje articulador nacional, ya sea social y/o político que les dé una perspectiva.
Es difícil saber hoy si los cauces sociales y políticos contestatarios se juntarán en los próximos meses desarrollando la fuerza necesaria para abrir un nuevo escenario de crisis de régimen que prometa transformaciones mayores. Pero lo que sí es claro es que el bloque en el poder está teniendo su mayor crisis, por lo menos desde la caída de Fujimori, y que lo que se definirá de todas maneras en los próximos meses es con qué amigotes continuará el modelo y cuánta ley soporta en su aplicación. Si queremos más que esto último habrá necesidad de una sociedad aunque fuera parcialmente movilizada y una representación en muchos sentidos hasta ahora desconocida. Tendremos que esperar para ver qué nos deparan los próximos meses. 

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