Covid 19: un grave riesgo para la salud mental

Por: 

Martha Rondon

El conteo de muertes en el Perú por Covid 19 no admite duda que esta nueva enfermedad viral es una amenaza para la vida y la salud de las personas: la velocidad con que ha llegado a todos los continentes y la súbita detención de la vida tal como solía ser en todo el orbe, nos enfrenta con un fenómeno que requiere extraordinarios esfuerzos para enfrentarlo y limitar sus efectos. A diferencia de otras pandemias, desde el comienzo de ésta, los especialistas se han interesado en el estudio de sus efectos sobre la salud mental: en Febrero ya había investigaciones nacionales en China, publicadas internacionalmente en Abril: el insomnio, el distrés, la ansiedad y la depresión se identificaron como los trastornos mas prevalentes y se reforzó la orientación proveniente desde la OMS, para manejar la amenaza para la vida  y la incertidumbre de la enfermedad, y la disrupción de las rutinas normales de las medidas sociales (confinamiento, distanciamiento social, cuarentenas): haga ejercicio, no se sobre exponga a las noticias, no recurra al alcohol, duerma bien, cumpla las recomendaciones sanitarias, mantenga una comunicación significativa con sus seres queridos y sea altruista.

Estas recomendaciones están basadas en evidencia certera acerca del impacto de los estresores sobre el funcionamiento del cerebro, y el llamado al altruismo tiene su base en la comprensión intima del funcionamiento del circuito de recompensa, que, a su vez, subyace a la resiliencia (que es proceso de adaptación a las adversidades que permite al individuo aprender y crecer en la dificultades).

Y sin embargo en el Perú, uno de los países con la más alta tasa de mortalidad por covid 19, mueren 12 mujeres y un varón como resultado de un operativo en una discoteca clandestina en pleno toque de queda y se desata un linchamiento mediático y en redes sociales de los fallecidos, de la policía y de los progenitores.

Para entender estos sucesos, tenemos que detenernos a considerar que el daño de la exposición a un estresor importante, aumentado por la incertidumbre, los mensajes conflictivos y contradictorios de las autoridades, la falta de servicios y recursos para enfrentar la enfermedad, la patente presencia de favoritismos, corrupción y discriminaciones basadas en todo tipo de criterios en el acceso a las medidas de alivio y al tratamiento va más allá de la aparición de uno u otro trastorno: lo importante no es que 70% de sufran ansiedad, como dice la dirección de salud mental, sino que la amenaza para la vida y la crisis que vivimos esta demoliendo nuestra capacidad individual y colectiva de adaptarnos al estrés y realizar nuestro potencial.

Una emergencia de salud pública nos afecta individualmente (causando inseguridad, confusión aislamiento y estigma) y en lo colectivo (pérdida de ingresos, cierre de escuelas y centros laborales, falta de recursos para enfrentar la crisis y desigual distribución de recursos). Esto puede dar lugar a reacciones emocionales, conductas poco saludables (como consumo de sustancias, búsqueda de sensaciones, violencia sexual contra niñas y adolescentes) y falta de cumplimiento de las medidas sanitarias prescritas (como irse de discoteca).
Es preciso entonces, tomar las medidas pertinentes para detener la crisis sanitaria lo mas pronto, pues es la única manera de disminuir la amenaza de muerte (y destrucción) y al mismo tiempo, ofrecer medidas de protección de la salud mental de las personas: es indispensable informar con precisión y pertinencia cultural, tener una ruta clara y exponerla a la ciudadanía, confiando en su madurez e inteligencia. 

Pacientes y familiares requieren instrucciones claras y detalladas de como proceder y cuales son las señales de alarma y esta información debería estar disponible en todos los medios y plataformas. Las personas deberíamos ser invitadas constantemente a respetar nuestras rutinas de sueño y alimentación, a hacer ejercicio y estructurar nuestro día según la regla de los ocho (8 horas de sueño, 8 de trabajo/estudio, 8 libres) y a prestar asistencia a quienes tenemos cerca. El contacto con las noticias debería ser el mínimo, puesto que son tan perturbadoras y las familias deberían aprender a escuchar a sus niños y niñas, cuyas reacciones suelen ser ignoradas y son, sin embargo, de enorme repercusión para la futura salud física y mental. Deberíamos desterrar la violencia como forma de comunicación y el machismo como modelo de organización social. 

La manera como Covid 19 nos golpea, por supuesto, nos obliga a reflexionar acerca de la necesidad de construir un Perú diferente, donde la inequidad y la discriminación no tengan lugar, donde haya una noción de bien común y de bienestar colectivo y donde las heridas purulentas de una larga historia de expoliación y corrupción se puedan limpiar y sanar.

Necesitamos que todos y todas tengamos un lugar en la comunidad para cumplir las normas sociales, sabernos iguales para estar listos para incomodarnos y movilizarnos para la protección de otros y reconocer al otro como digno e igual para poder ser altruistas. 

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