Colombia: El paro nacional, la juventud y el cambio cultural

Por: 

Carlos Satizábal *

El director de la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional analiza las protestas sociales desde sus principales protagonistas. Según él, “la juventud ha destituido la desesperanza y el odio que sembraron por años los enemigos de la paz”.

Vivimos un momento histórico: el alma colectiva democrática juvenil ha despertado a Colombia. La juventud ha entrado a la Historia. Y ella misma está haciendo el relato de su epopeya en todos los lenguajes: performances, batucadas, danzas, canciones, carteles, poemas, graffitis, murales, teatro, ollas comunitarias, marchas, barricadas, asambleas comunitarias, primeras líneas.

Y en las acciones y en la polifonía de lenguajes poéticos se siente un cambio cultural muy hondo: en las relaciones con la vida y con la muerte, en las relaciones con la naturaleza, con los géneros, con el poder, con los alimentos, con el amor... Este cambio cultural es uno de los hilos del tejido para que el florecimiento democrático que vivimos, triunfe, y se consolide en la transformación profunda de nuestra sociedad. 

Los jóvenes han desarraigado de sus corazones y de su lenguaje la desesperanza y el odio que sembraron por años los enemigos de la paz y que han sido los obstáculos emocionales más poderosos para que Colombia cambie: todo intento de cambio termina en muerte sangrienta. ¿Cómo impedir que ese florecimiento sea convertido por la dirigencia en el poder en un nuevo genocidio, como lo hicieron en Las Bananeras, y ante el triunfo inevitable de Gaitán, y al triunfar la Unión Patriótica, y con los mal llamados falsos positivos para simular en las noticias y pantallas que ganaban su guerra de odio y venganza, y lo hacen ahora mismo?

¿Cómo lograr que se convierta, en cambio, en la realidad de un nuevo pacto social que reclaman el Paro Nacional, las primeras líneas, la escuela de la calle, la marcha festiva, la amorosa olla comunitaria? En ese cambio cultural siento la fuerza para impedir que hundan en otro genocidio este florecimiento de la dignidad juvenil y ciudadana. (Las implicaciones de la asistencia militar en la resolución del paro nacional).

El gobierno se niega a dialogar y responde con violencia en parte porque espera que, como en los tiempos de Gaitán, se arme en respuesta a su violencia brutal la rebelión armada y una guerra civil, que lo perpetúe en el poder. No ha comprendido que un profundo cambio cultural venía creciendo en el alma colectiva juvenil y popular, indígena, campesina, afro, urbana y mestiza.

La desesperación, el hambre, el encierro por la peste, sumados al antiguo dolor indecible y mortal de la pobreza y la exclusión crecientes, encontraron su límite en la dignidad y en la rabia, en la poesía y la lucidez que están siempre atentas, vivas, en la fiesta, en la vida diaria; el deseo vital de perseverar en la existencia -como piensa Baruch de Spinoza en su Ética que es esencial al ser, a la vida: “el ser persevera en existir”- ha despertado esa dignidad vital: en la cercanía de la desaparición, los poderes misteriosos de la vida y de la muerte sagradas nos despiertan a resistir, a re-existir.

Aprovechando la propuesta de diálogo de El Espectador, creo que los argumentos del coronel (r) John Marulanda, presidente de Acore, publicados el 25 de mayo, merecerían alguna respuesta de quienes se sitúan desde perspectivas diferentes. Desafortunadamente, no he leído ninguna. Entonces, aunque no participo en ninguno de los grupos confrontados, ni vivo en el país, como colombiano que ya ha visto pasar más de seis décadas de nuestra sangrienta historia, quisiera proponer un breve comentario (entre comillas algunas citas del artículo comentado).

En este movimiento, ese sentimiento de lo sagrado, esa vitalidad que nos salva, ha despertado en la juventud para destejer y desarraigar del alma colectiva la desesperanza y la desilusión, la resignación y la indiferencia y el sentimiento de que la guerra, la exclusión y el odio que venimos padeciendo nada ni nadie los cambia. El acuerdo de Paz y el desarme de la insurgencia han sin duda contribuido a este despertar.

La juventud se ha liberado del deseo de la guerra, del odio y el deseo de venganza que con tanto cuidado y perversidad cultivaron en el alma colectiva los operadores de la guerra cultural, de la guerra psicológica que por décadas ha padecido Colombia. Una guerra cultural para buscar que cada persona y cada comunidad se identificara con el odio clasista, racista y militarista de la idea delirante de que todos nuestros males son resultado de la maldad y de los crímenes del “enemigo interno”, -que es esencialmente cualquiera persona o comunidad que exprese su rebeldía y reclame sus derechos (ahora es la juventud en las calles, en la olla común, en la primera línea de las barricadas). La perversidad de este enemigo interno justifica, entonces, encarcelarle, castigarle o eliminarle, como al demonio.

Para conseguir la identificación de la ciudadanía con la cultura de la guerra y con el imaginario del enemigo interno, los operadores de la guerra psicológica han usado los arquetipos fundacionales de la cultura patriarcal, con todas sus identidades clasistas, racistas, patriarcales, militaristas y paramilitaristas: el enemigo interno es el secuestrador y el asesino del padre, de la hija, del hijo del hermano, el asesino de la sagrada familia.

Los crímenes familiares -matar al padre, al hermano, al hijo- crímenes que son la urdimbre de la dramaturgia de la cultura patriarcal y de las religiones monoteístas, como lo revelan las artes y la filosofía, el teatro y la literatura, los usan los publicistas y dramaturgos de la cultura de la guerra psicológica para construir las narrativas de la guerra con las cuales seducir a la común ciudadanía a identificarse con el deseo de venganza y de matar a ese enemigo público.

Los crímenes familiares son usados en la narrativa guerrerista para buscar la identificación emotiva de la amplia ciudadanía con la locura criminal. Uribe, es uno de esos vengadores de la muerte del padre. También Carlos Castaño afirma que se hizo paramilitar para vengar a su padre asesinado por la guerrilla.

Vengar los crímenes contra la familia es el núcleo dramático de numerosos narcoseriados y narcoparatelenovelas que no nos hacen preguntas, sólo manipulan los arquetipos míticos de los crímenes familiares para buscar con ellos nuestra identificación con la narrativa guerrerista y narcoparmilitar.

Muy diferente sucede con las dramaturgias de los personajes del arte: con Edipo o Hamlet, con Antígona o Karamazov, que nos hacen preguntas sobre el orden patriarcal de la cultura y la sociedad. A Hamlet se le aparece el fantasma de su padre y le cuenta que su esposa y su hermano -madre y tío de Hamlet hijo y ahora esposos- le vertieron veneno en el oído mientras dormía en el jardín de Elsinor. Hamlet no sale a ejecutar la venganza que le pide el supuesto fantasma de su padre; hace, en cambio, con ese relato del fantasma, una escena teatral, y se la presenta a su madre y a su tío. Hace una investigación poética.

O como dice con claridad Ivan Karamazov: ¿y quién no ha deseado matar a su padre? La culpa por la muerte del padre y del hijo son también los crímenes que se conjuntan en la piedad cristiana. El hijo del dios padre muere en la cruz a la que lo lleva el propio padre.

Pero este movimiento juvenil ha desmontado el uso emotivo de los mitos fundacionales patriarcales para justificar la guerra y la matanza. No cree en esa narrativa. Reconoce la verdad de la historia. Desteje los engaños, la mentira. Ya no se les cree a las narrativas guerreristas que manipulan el alma colectiva con los arquetipos de los crímenes familiares de la cultura patriarcal para “justificar” su oposición a la paz.

Ya no se les cree a los poderosos asesinos su narrativa emocional que manipula e instrumentaliza los mitos patriarcales y la piedad religiosa para justificar el odio, la venganza y la necesidad de la guerra para exterminar al enemigo interno, supuesta causa ficcional de nuestras desgracias.

La juventud ha destituido la desesperanza y el odio que sembraron por años los enemigos de la paz. Hay una nueva fraternidad comunitaria que se une en la resistencia y la lucha, en fiesta, músicas, deportes, bailes, poesía. Y en la comida: en la olla común... Cuentan que Heráclito, estando él en la cocina, llegaron a visitarle. Los llegados, al saber que estaba Heráclito en la cocina, no querían interrumpir ese momento y espacio íntimo. Pero Heráclito les dijo: “entren, aquí también están las divinidades”.

Una joven de Puerto Resistencia dice: “como en el Pacífico, en la cocina no sólo se va a cocinar, se va a tejer comunidad, juntanza, reflexión, pensamiento crítico. Y de la cocina, que ya es un arte, nace el arte...” Es un pensamiento cercano al de Heráclito y también al del fogón de la maloka indígena o de la comunidad campesina.

Rasgos esenciales de este cambio cultural son ese cuidado femenino y feminista de la vida y de la asamblea, -son siempre las mujeres quienes, como en la obra de Aristófanes, La

Asamblea de las Mujeres, ellas dirigen las asambleas comunitarias de los barrios-. Igualmente, la profunda crítica feminista del patriarcado. Y el reconocimiento heredado de la poesía y del pensamiento indígena de que la naturaleza, el agua, los ríos, el mar, las montañas, el aire, la selva son sagrados, que los seres vivientes, plantas y animales son sensitivos, pensativos.

Este cambio cultural se manifiesta también en la posición de la juventud frente a la memoria colectiva y la historia: se ilumina con la acción del movimiento indígena de derribar los monumentos que enaltecen el racismo, el clasismo, la imaginación colonial y colonizada de las élites. Es un movimiento que renombra de modo crítico y poético los lugares de la ciudad: Puerto Rellena es Puerto Resistencia. El Portal de Las Américas es ahora Portal de la Resistencia.

Igualmente, este cambio es frente al modelo económico, social y cultural: el pensamiento juvenil es claramente antineoliberal. Este pensamiento crítico se expresa en una polifonía de creaciones en todos los lenguajes del arte. Recoger esa polifonía, canciones, carteles, videos, fotografías, danzas, performances, teatro, poesía, textos, lenguajes que circulan por las redes y son la expresión artística de este hondo cambio cultural, es una tarea urgente. Es necesario aprender y estimular la creación constante de mensajes y acciones en los lenguajes poéticos de este movimiento que le hablan no solo a la razón sino sobre todo a la imaginación, al inconsciente, y a la sensibilidad y el corazón.

En ello está el camino para impedir que este florecimiento de la rebeldía se convierta en un genocidio al que se le responda con odio y venganza, con una nueva guerra. Este es un movimiento que sabe que puede triunfar porque ya ha triunfado. En el 2018 obligó a Duque a aumentar el presupuesto universitario. Tumbó la infame reforma tributaria que encendió la llama y tumbó a su ministro. Y la reforma a la salud. Y aún sin negociar. Aunque en el silencio frente al diálogo se responde al movimiento con la barbarie: más de 50 asesinados, más de 500 desaparecidos, más de dos mil quinientas denuncias de abuso policial, en solo 20 días.

Pero a pesar de la barbarie sólo han conseguido más indignación y más cantos. Quizá porque estamos ante un cambio cultural muy hondo, cual si repitieran en sus acciones poéticas el verso de Barba Jacob: “Contra la muerte coros de alegría”. Un cambio del modo de habitar, cual, si también asumieran como suyo el cantar de Hölderlin que recuerda que “poéticamente habita el ser humano entre cielo y tierra, y cuando no es así apenas si vive”; es por ello un cambio de las relaciones con la vida y la muerte, de las relaciones con la naturaleza, con lo sagrado, con los géneros, con los cuerpos, con la cocina y los alimentos... con el amor...

En este momento, lo inmediato, lo primordial es que cese la matanza del Estado. Para ello es importante difundir al mundo la asombrosa riqueza de la producción artística en todos los lenguajes de este movimiento. Difundir esta polifonía creativa y pensante contribuirá a hacer una gran presión que haga comprender a este gobierno que no van a someter por el terror estatal y paraestatal esta poética y lúcida y amorosa insurrección ciudadana y juvenil y se vea obligado a dialogar con el movimiento.

Con su heroísmo épico nos recuerdan lo que en Antígonas Tribunal de Mujeres se dicen las madres y hermanas para no detenerse en su búsqueda amorosa de los cuerpos y de justicia y verdad para sus 6402 hijos y hermanos asesinados y desaparecidos y presentados luego ante las pantallas de la guerra como terroristas supuestamente abatidos en combate: ¿cómo nos vamos a detener si ya nos mataron y seguimos vivas...?

(*) Escritor, actor y director de teatro. Premio Nacional de Poesía 2012 por “La llama inclinada”, Premio Iberoamericano de Textos Dramáticos y Premio Iberoamericano de Ensayo Pensar a Contracorriente.

Publicado en El Espectador